Las tres corrientes anarquistas En Francia, como en la mayor parte de los países, se distinguen tres grandes corrientes anarquistas, que se pueden designar del modo siguiente:
Era natural y fatal que, llegados a un cierto desarrollo, una idea tan amplia como el anarquismo condujera a esa triple manifestación de vida. Un movimiento filosófico y social, es decir, de idea y de acción, que se propone hacer tabla rasa de todas las instituciones autoritarias, debía necesariamente dar lugar a esas distinciones que determinan obligatoriamente la variedad de situaciones, de medios y de temperamentos, la diversidad de fuentes de las que beben las innumerables formaciones individuales y la prodigiosa multiplicidad de acontecimientos. Anarcosindicalismo, comunismo libertario e individualismo anarquista, estas tres corrientes existen y nada ni nadie pueden impedirlo. Cada una de ellas representa una fuerza que no es posible ni deseable derribar. Para convencerse, basta con situarse en el corazón mismo del gigantesco esfuerzo por terminar de arruinar el principio de autoridad. Así, se tiene conciencia del papel indispensable que, en el combate que hay que librar, desempeña cada una de esas tres corrientes. Las tres corrientes son distintas, pero no opuestas. Ahora tengo tres cuestiones que plantear:
He aquí la primera: "Considerado como movimiento social y acción popular, el anarquismo, cuando se enfrente a la hora en que, inevitablemente, librará con el mundo capitalista y autoritario el asalto decisivo que expresamos con estas palabras, Revolución Social, ¿puede prescindir de la participación de las masas que agrupan en su seno, en el terreno del trabajo, a las organizaciones sindicales? Creo que sería una locura esperar la victoria sin la participación en la conmoción liberadora -participación activa, eficaz, brutal y persistente- de esas masas trabajadoras, más interesadas en bloque que nadie en la transformación social. No digo ni pienso que, en previsión de la necesaria colaboración, en período de fermentación y de acción revolucionarias, de las fuerzas sindicalistas y las fuerzas anarquistas, las unas y las otras deberán unirse a partir de ahora, asociarse, confundirse, formar un todo homogéneo y compacto. Pero pienso y digo, como mi viejo amigo Malatesta: Los anarquistas deben reconocer la utilidad e importancia del movimiento sindical, deben favorecer su desarrollo y constituir una de las palancas de su acción, esforzándose por conseguir la cooperación del sindicalismo y de las otras fuerzas del progreso con una revolución social que comporta la supresión de las clases, la libertad total, la igualdad, la paz y la solidaridad entre todos los seres humanos. Pero sería una ilusión funesta creer, como muchos creen, que el movimiento obrero llevará de por sí, en virtud de su propia naturaleza, a una revolución. Al contrario: en todos los movimientos fundados sobre intereses materiales e inmediatos (y no se puede establecer sobre otros fundamentos un amplio movimiento obrero) es necesario el fermento, el empujón, la obra concertada de hombres e ideas que combatan y se sacrifiquen por un ideal venidero. Sin esa palanca, todo movimiento tiende a condiciones mejores. A menudo, las nuevas clases privilegiadas se adaptan fatalmente a las circunstancias, engendran el espíritu conservador, el temor a los cambios entre quienes han conseguido mejores condiciones; a menudo se crean nuevas clases privilegiadas que se esfuerzan por apoyar y hacer consolidar el estado de cosas que habría que derribar. De ahí la necesidad urgente de organizaciones propiamente anarquistas que, tanto desde dentro como desde fuera de los sindicatos, luchen por la realización total del anarquismo y traten de esterilizar todos los gérmenes de corrupción y de reacción. Ya lo vemos: no se trata ya de ligar orgánicamente el movimiento anarquista al movimiento sindicalista; no es cuestión de actuar, tanto desde dentro como desde fuera de los sindicatos, en pro de la realización total del ideal anarquista. Y yo pregunto a los comunistas libertarios y a los individualistas anarquistas ¿qué razones de principio o de hecho, razones esenciales, pueden oponer a un anarcosindicalismo así concebido y practicado? Esta es la segunda cuestión: "Enemigo irreductible de la explotación del hombre por el hombre, engendrada por el régimen capitalista, y de la dominación del hombre sobre el hombre, propiciados por el Estado, ¿puede el anarquismo concebir la supresión efectiva y total de la primera sin la supresión del régimen capitalista y la puesta en común (el comunismo libertario) de los medios de producción, de transporte y de intercambio? ¿Y puede concebir la abolición total de la segunda sin la abolición definitiva del Estado y de todas las instituciones que de él se desprenden?" Y pregunto a los anarcosindicalistas y a los individualistas anarquistas cuáles son las razones de principio o de hecho, razones fundamentales, que pueden oponer a un comunismo libertario así concebido y practicado. Esta es la tercera cuestión: "El anarquismo, al ser, por una parte, la expresión más alta y más pura de la reacción del individuo contra la opresión política, económica y moral que hacen pesar sobre él todas las instituciones autoritarias y, por otra parte, la afirmación más firme y precisa del derecho de todo individuo a su desarrollo integral por la satisfacción de sus necesidades en todos los terrenos, ¿puede concebir la realización efectiva y total de esta reacción y de esta afirmación por un medio mejor que el de una cultura individual creada en lo posible en el seno de una transformación social, quebrando todos los engranajes de represión?" Y yo pregunto a los anarcosindicalistas y a los comunistas libertarios cuáles son las razones de principio o de hecho, razones fundamentales, que pueden oponer a un individualismo anarquista así concebido y practicado. Esas tres corrientes están llamadas a combinarse. La síntesis anarquista De todo lo que precede y, especialmente, de las tres cuestiones anteriores, resulta que:
¿Cómo es posible que la existencia de esas tres corrientes haya debilitado el movimiento anarquista? Llegada mi demostración a este punto, hay que preguntarse cómo puede ser que, en estos últimos años sobre todo, en Francia especialmente, la existencia de esos tres elementos anarquistas, lejos de haber fortalecido el movimiento libertario, haya tenido por resultado su debilitación. Y este problema, planteado en términos claros, tiene que ser estudiado y resuelto de manera igualmente límpida. La respuesta es fácil, pero exige por parte de todos una gran lealtad. Yo digo que no es la existencia de esos tres elementos -anarcosindicalismo, comunismo libertario y anarquismo individualista- la que ha causado la debilidad o, más exactamente, el debilitamiento relativo del pensamiento y de la acción anarquistas, sino únicamente la posición que han tomado unos y otros en relación a los demás: posición de guerra abierta, encarnizada, implacable. Cada fracción, en el curso de esos nefastos enfrentamientos, ha desplegado la misma mala voluntad. Cada una se las ha ingeniado para desnaturalizar las tesis de las otras dos, para ridiculizar sus afirmaciones y negaciones, para hinchar o atenuar las líneas esenciales hasta hacer de ellas una caricatura odiosa. Cada tendencia ha dirigido contra las otras las maniobras más pérfidas y se ha servido de las armas más mortíferas. Si, a falta de un acuerdo entre ellas, al menos se hubieran puesto a guerrear con menos rabia las unas contra las otras, si la actividad consumida en luchar se hubiera destinado a batallar, aunque fuera por separado, contra el enemigo común, el movimiento anarquista de este país habría adquirido, con el favor de las circunstancias, una amplitud considerable, una fuerza sorprendente. Pero la guerra intestina, de tendencia contra tendencia, a menudo incluso de personalidad contra personalidad, lo ha envenenado todo, lo ha corrompido, viciado, esterilizado; incluso las campañas, que habría debido agrupar en torno a nuestros ideales los corazones y conciencias desprovistos de libertad y de justicia que son, en los medios populares sobre todo, mucho menos raros de lo que se desearía. Cada corriente ha escupido, baboseado y vomitado sobre sus corrientes vecinas, con el fin de ensuciarlas y hacer creer que la única limpia era la suya. Y, ante ese lamentable espectáculo de divisiones y actuaciones odiosas, que suscitaban de una parte a otra nuestros grupos, tanto unos como otros se han vaciado de lo mejor de su contenido y sus fuerzas se han agotado unas contra otras en lugar de unirse en la batalla que hay que librar contra el enemigo común: el principio de la autoridad. Esa es la única verdad. El mal y el remedio El mal es grande: puede, y debe, ser sólo pasajero, y el remedio está a nuestro alcance. Quienes hayan leído atentamente y sin tomar partido las líneas precedentes lo adivinarán sin esfuerzo: el remedio consiste en penetrarse de la idea de la síntesis anarquista y aplicarla cuanto antes y lo mejor posible. ¿De qué sufre el movimiento anarquista? De la guerra que han mantenido los tres elementos que lo componen. Si por su origen, carácter, métodos de propaganda, organización y acción, estos elementos se ven condenados a enfrentarse, la solución que propongo no sirve para nada; sería inaplicable; sería inoperante; abstengámonos de emplearla y busquemos otra. Si, por el contrario, la oposición no existe y, con más razón, si los elementos - anarcosindicalista, comunista libertario e individualista anarquista- están hechos para combinarse y formar una especie de síntesis anarquista, habrá que intentar su realización, y no mañana sino hoy. No he descubierto ni propongo nada nuevo: Luigi Fabbri y otros compañeros rusos (Volin, Flechin, Mollie Steimer) con los que he charlado mucho estos días, me han confirmado que este intento de realización se ha llevado a cabo en Italia, en el seno de la Unión Anarquista Italiana, y en Ucrania, en el seno de Nabat, y que esas dos tentativas han dado los mejores resultados, que solas han roto el triunfo del fascismo en Italia y la victoria del bolchevismo en Ucrania. En Francia existen, como un poco por todas partes, numerosos grupos que ya han aplicado y aplican corrientemente los datos de la síntesis anarquista (no voy a citar ninguno para no omitir alguno), grupos en los que los anarcosindicalistas, comunistas libertarios e individualistas anarquistas trabajan en armonía, y estos grupos no son los menos numerosos ni los menos activos. Estos hechos (y podría citar otros) demuestran que la aplicación de la síntesis es posible. No digo ni pienso que pueda hacerse sin lentitud ni dificultades. Como todo lo nuevo, chocará con la incomprensión, la resistencia e incluso la hostilidad. Si hay que mantenerse impasible, nos mantendremos; si hay que resistir a las críticas y a las malas intenciones, resistiremos. Somos conscientes de que la solución está ahí y estamos seguros de que, tarde o temprano, los anarquistas llegarán. Por eso no nos dejamos desanimar. Lo que, en circunstancias memorables, se ha hecho en Italia, en España o en Ucrania, lo que se ha hecho en varias localidades de Francia, podrá hacerse y, bajo el empuje de los acontecimientos, se hará en todo el país.
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El problema del poder, empezó diciendo el camarada Nin, es fundamental en todas las revoluciones, que no son sino luchas por el poder. De la actitud que se adopte ante este dependerá que la revolución triunfe o fracase. El marxismo tiene su concepción doctrinal sobre el problema del poder, pero es un error enfocar la cuestión desde un punto de vista demasiado esquemático. Porque el marxismo no es un dogma, sino un método de acción. La táctica es variable como lo es la realidad. Las fórmulas de la revolución rusa aplicadas de una manera mecánica nos llevarían al fracaso. Del marxismo de la revolución rusa hay que recoger, no la letra, sino el espíritu, su experiencia. Sin la experiencia de la “Commune”, Lenin no habría triunfado. Entre la revolución rusa y nuestra revolución hay analogías y divergencias que conviene recoger y señalar. La principal analogía está en que tanto en Rusia como en España no se había realizado la revolución democrática. La experiencia ha demostrado que hoy esta revolución sólo puede realizarla el proletariado, incapaz de realizar la burguesía su propia revolución. Combatir al reformismo es combatir a la burguesía Otra analogía es la lucha que nosotros, al igual que los bolcheviques rusos, tenemos que desarrollar contra el reformismo. En ciertos sectores primarios del movimiento obrero florece el mito sentimental y abstracto de la unidad. ¿Por qué - se preguntan ingenuamente - nos combatimos entre nosotros? También lo preguntan nuestros reformistas, que olvidan que el leninismo se forjó precisamente en lucha a muerte contra el reformismo. Es fácil combatir de frente a la burguesía. Pero la burguesía se infiltra en el movimiento obrero para atacarlo por la espalda. Al combatir el reformismo, no hacemos otra cosa que combatir a la burguesía. Esta lucha contra el reformismo es necesaria, inevitable. La unidad, a cambio de renunciar a la lucha contra el reformismo, sería una unidad regresiva. El enemigo, tanto en Rusia como en España, es el reformismo, pero los reformistas rusos de 1917 eran más revolucionarios que nuestros reformistas. Nunca se llegó a una defensa tan desvergonzada de los intereses de la burguesía como la que realizan el PSUC y el Partido Comunista. Hoy tenemos que luchar contra un reformismo más potente que el de los mencheviques y el de los socialistas revolucionarios. Porque en una situación eminentemente revolucionaria nuestros reformistas se encuentran apoyados por el Estado que en 1917 venció a los reformistas rusos. Se quiere transformar la guerra civil en guerra imperialista Los bolcheviques combatían a los reformistas, por su actitud ante el problema de la guerra, en el que sostenían la necesidad de continuar la guerra al servicio de un grupo imperialista. Los reformistas de nuestro país, en el problema de la guerra, quieren hacer triunfar asimismo los intereses del imperialismo franco-inglés. Pero en este punto existe una fundamental diferencia entre la situación rusa y la española. Entonces, la guerra imperialista se transformó en guerra civil. Hoy se quiere transformar la guerra civil en guerra imperialista. Otra diferencia además. En 1917 se produjo en toda Europa una situación revolucionaria. Hoy estamos rodeados de regímenes fascistas ya consolidados. Esto impone métodos distintos. En Rusia, los bolcheviques tuvieron que luchar contra los reformistas, pero además contra los partidos de la gran burguesía: los «cadetes». Aquí, en cambio, el 19 de julio, desaparecieron los partidos de la gran burguesía. ¿Pero es que por ello las clases que estos partidos representaban han renunciado a la defensa de sus intereses? Cuando una clase no encuentra el órgano de expresión que le es propio, lo busca en otros organismos. Las clases no desaparecen de un plumazo. Y es por esto que los de la Lliga, de la CEDA, de los radicales, no tienen el carnet del PSUC y esto no es una frase demagógica, sino que es una realidad. Los programas del PSUC y el PC traducen los intereses de las clases explotadoras, en la situación presente. Tenemos una tradición de democracia obrera En Rusia no había tradición democrática. No existía una tradición de organización y de lucha en el proletariado. Nosotros contamos con ella. Tenemos sindicatos, partidos, publicaciones. Un sistema de democracia obrera. Se comprende, pues, que en Rusia los soviets alcanzaran la importancia que tuvieron. El proletariado no tenía sus organizaciones propias. Los soviets fueron una creación espontánea que en 1905 y en 1917 tomaron carácter político. Nuestro proletariado tenía ya sus sindicatos, sus partidos, sus organizaciones propias. Por esto, los soviets no han surgido entre nosotros. En Rusia, y esto es otra diferencia a señalar, el anarquismo no tenía arraigo entre las masas. Aquí tiene una influencia enorme. El anarquismo en Rusia era un movimiento de intelectuales pequeño-burgueses. Aquí, el anarquismo, es un movimiento de masas. El anarquismo es el castigo que sufre el movimiento obrero por los pecados oportunistas. Los obreros han seguido a ]os anarquistas porque veían representados en ellos al espíritu revolucionario de su clase, que no encontraban, en cambio, en el socialismo reformista. Si en lugar del Partido Socialista hubiese existido en España un partido bolchevique, el anarquismo no habría arraigado. Mil veces más cerca de la FAI que del PSUC La existencia de un movimiento obrero de influencia anarquista plantea problemas nuevos, tácticas diferentes a las seguidas en Rusia. La CNT es una organización potencialmente revolucionaria, a pesar de sus prejuicios, de sus concepciones erróneas. Nosotros estamos mil veces más cerca de los militantes de la FAI, que no son marxistas pero que son revolucionarios, que de los del PSUC que se dicen marxistas pero que no son revolucionarios. El problema está en que el instinto revolucionario de la CNT se convierta en conciencia revolucionaria, en que el heroísmo de sus masas se convierta en una política coherente. Las vacilaciones de la CNT son debidas a que le falta una teoría del poder. Ante la realidad revolucionaria, su doctrina les ha fallado. No han sabido qué hacer cuando el proletariado estaba en la calle con las armas en la mano. El anarquismo gobierna, pero no tiene el poder. En Cataluña, el 19 de julio se hunde el poder burgués, se disuelve el aparato estatal de la burguesía. El único poder era el del proletariado en armas. Entonces, ante aquella situación, dijimos nosotros: ¿Qué es esto sino la dictadura del proletariado? Esta era la tendencia general del movimiento. El proletariado entonces era el único poder. Pero aquella situación había que llevarla hasta sus ultimas consecuencias. Aquella situación en la calle precisaba una base jurídica. Existían las condiciones objetivas para el poder obrero. Bastaba sólo que el proletariado hubiese dicho: quiero gobernar, y hubiese gobernado. Las armas son el problema fundamental del poder Hoy continuamos aún en esta posibilidad, si bien se han perdido posiciones. El problema fundamental del poder es el de las armas. Y las armas siguen estando en las manos de las masas trabajadoras. Es por esto que se pretende desarmar al proletariado. La burguesía francesa, después de cada revolución, que realizaba a su servicio el proletariado, tenía una única obsesión: la de desarmarlo. Así lo señaló ya Engels. Comorera, en este sentido, no constituye, pues, una novedad. La burguesía no puede directamente pedir el desarme de la clase trabajadora. Es por esta razón que son los reformistas quienes, en su nombre, lo piden y lo propugnan. El poder es la organización armada de una clase. Las armas no pueden, pues, ser abandonadas por los obreros. No basta con que el proletariado tenga en sus manos los organismos económicos, las tierras, las fábricas, etc. No hemos de olvidar la experiencia de Italia en septiembre del año 1920. Los obreros se apoderaron de las fábricas. Según el punto de vista anarquista, la revolución ya estaba hecha. Pero la burguesía siguió teniendo el poder en sus manos. El movimiento obrero fue vencido y aquella derrota posibilitó el triunfo del fascismo. El proletariado no destruyó el Estado burgués y sus instrumentos de coerción. Nosotros también somos antiestatales. Pero entendemos que si la clase obrera quiere emanciparse ha de crear su mecanismo estatal contra la burguesía. El Estado sirve para oprimir a alguien. Cuando la burguesía haya dejado de existir, el Estado desaparecerá por sí solo porque no será necesario. El gobierno de los hombres será sustituido por la administración de las cosas. Los anarquistas han transigido y han colaborado en los gobiernos. Si han colaborado ya en un gobierno, que no colaboren con la burguesía, sino con el proletariado revolucionario. Si van al gobierno, que sea un gobierno obrero y campesino. Los órganos del nuevo poder
Hay que crear los nuevos órganos de poder. La revolución no puede acabar otra vez en la república burguesa. Nosotros desde el primer momento lanzamos nuestra consigna: Disolución del Parlamento. Convocatoria de una asamblea de obreros, campesinos y combatientes. Existían los sindicatos obreros. Y era a través de ellos que debía elegir se la nueva asamblea. Esto no estaba en contradicción con nuestra colaboración en el Consejo de la Generalidad. Colaboramos en él conservando nuestra independencia de partido revolucionario. Esto nos permitió propagar nuestras posiciones y no aislarnos de las masas, que no hubieran comprendido una actitud de no colaboración. Aquel gobierno tenían una mayoría obrera y un programa socialista. La crisis posterior demostró que éramos un elemento extraño en aquel gobierno. La CNT no comprendió el alcance político contrarrevolucionario de nuestra eliminación. Éramos un obstáculo a la contrarrevolución. Decíamos a los camaradas de la FAI: «Hoy se dispara contra nosotros. Mañana será contra vosotros». Los hechos, una vez más, nos han dado la razón. ¿Por qué los gobiernos no gobiernan? Se suceden las crisis, que no se solucionan. Se pide un gobierno que gobierne. ¿Por qué los gobiernos no gobiernan? Eso es lo que hay que preguntar. Sólo el gobierno de la clase trabajadora será un gobierno fuerte. Si la CNT sigue haciendo concesiones, llegará día que habrá un gobierno que gobierne. Pero será gobierno de la burguesía. Los gobiernos no gobiernan porque no responden al anhelo de las masas. La crisis de la Generalidad, que duró dieciocho días, se ha resuelto oficialmente. Pero la crisis sigue en pie. El día antes de crearse el nuevo gobierno, las organizaciones adoptaban posiciones intransigentes. Nadie sabe a qué precio se ha formado el nuevo gobierno. Solidaridad Obrera no ha dicho en qué condiciones se ha formado el nuevo gobierno, cuál será su política. La diplomacia secreta no pueden tolerarla los obreros. Los dirigentes de la CNT no pueden actuar por cuenta propia. Las discrepancias que existian sobre la política del orden público, del Ejército, de la depuración de los cuerpos armados, del funcionamiento de las consejerías. ¿Qué hay de estas cuestiones? Nada se sabe. Se celebran consejos de trámite y nada se dice de la política a seguir. Y eso no puede continuar. Hay que hablar claramente a la clase trabajadora. Si se han hecho concesiones, que se diga. pero lo que sucede es que no hay tal solución de la crisis. No era un problema de carteras lo que estaba planteado. Lo que estaba, y sigue planteado, es una lucha a muerte entre la revolución y la contrarrevolución. Lo que hay que saber es qué clase ha de gobernar: si la burguesía o el proletariado. La clase obrera aún puede tomar el poder sin recurrir a la violencia. Lanzando un puntapié a los consejeros burgueses. Que la clase obrera no desvalorice su potencialidad. Si quiere, puede serlo todo. No ha de perder la confianza en sí misma. Pero las circunstancias no se repiten. La contrarrevolución avanza. Y entonces, la clase obrera tendrá que tomar violentamente el poder. Unidad, pero para hacer la revolución Se ha publicado un documento firmado entre la CNT y la UGT sobre el primero de Mayo. Es un documento lleno de vaguedades, sin ninguna afirmación revolucionaria concreta. La CNT se mueve bajo el influjo de las cosas externas. La Alianza Obrera Revolucionaria la entiende como una alianza entre la UGT y la CNT. Pero el problema fundamental está en la orientación de la unidad obrera, en el porqué nos unimos. Y lo que interesa no es una unidad hecha de vaguedades y tópicos reformistas, sino el frente obrero revolucionario. Que se unan los elementos revolucionarios: el POUM, la CNT y la FAI. El proletariado internacional, envenenado por el Frente Popular, indica que ha perdido la fe en sus propios destinos. Si en España triunfa la clase obrera, el movimiento obrero internacional se pondrá nuevamente en pie. Pero para esto precisa que llevemos hasta el fin nuestra Revolución proletaria. Un congreso y un gobierno de las masas trabajadoras ¿Cuál ha de ser la tarea fundamental del Frente Obrero Revolucionario? Convocar y reunir el Congreso de delegados de los sindicatos, de los campesinos y de las unidades combatientes, que establezcan las bases de la nueva sociedad, y de la que nazca el nuevo gobierno obrero y campesino, el gobierno de la victoria y de la revolución. No un gobierno burocrático, no el gobierno de un partido, sino el gobierno de la democracia obrera. Como en la «Commune» de París, que era el ideal de Lenin, que no tiene nada de común con el engendro burocrático creado después de su muerte. Un gobierno elegido por las masas trabajadoras en el cual todos los funcionarios sean revocables y cobren sueldos igual que los obreros. Un gobierno que suprima el ejército burgués, la policía burguesa. Que realice la socialización. Que una en sus manos las funciones legislativas y ejecutivas. Sólo este gobierno creará la moral revolucionaria que nos llevará a la victoria militar creando la moral que animaba los ejércitos de la revolución francesa, la moral del Ejército Rojo. En estas fechas celebramos diversos aniversarios. En 1848, el proletariado francés, escuchando la demagogia democrática, se dejó desarmar. En el mes de junio, los obreros de París, fueron aplastados por la burguesía. Hace veinte años que Lenin regresaba a Rusia, también en pleno idilio democrático, su propio partido. Lenin se alzó contra ello. Todo a los Soviets, dijo. El camino seguido por el proletariado francés en 1848, le condujo a la derrota de junio. Lenin condujo al proletariado ruso a la victoria de octubre. Sigamos su ejemplo. No desarmemos material y políticamente al proletariado. Sigamos el camino de Lenin, el camino de sus tesis de abril. .Traducción al castellano y presentación de Agustín Guillamón. (Escrito: Fechado por Nin en Barcelona el 19 de mayo de 1937. Publicado por primera vez en francés como “Les organes du pouvoir et la Révolution espagnole” en JUILLET. Revue intemationale du POUM, nº 1 (único), de julio de 1937 (Barcelona-Paris). El artículo fue publicado con vistas a la Conferencia Internacional convocada por el POUM para mediados de julio de 1937. Obviamente esa conferencia no se celebró, ya que el POUM fue ilegalizado y perseguido desde el 16 de junio de 1937, tres días antes de la convocatoria del congreso.) 1. PRESENTACIÓN DEL ARTÍCULO DE NIN El artículo de Nin, escrito en francés, que reproducimos aquí traducido al español fue publicado por primera vez con el título “Le problème des organes du pouvoir dans la Révolution espagnole”, en la revista Juillet. Revue Internationale du POUM, número 1, Barcelone-Paris, Juin 1937. Se trata de un número único. La revista Juillet, que el POUM preparó especialmente de cara a la convocatoria de un congreso internacional, a celebrar en Barcelona el 19 de julio de 1937, se acabó de imprimir el 10 de junio. Recordemos que el 16 de junio, en vísperas del segundo congreso del POUM, fue detenida la dirección del POUM, y el partido ilegalizado tuvo que pasar a la clandestinidad. El Hotel Falcón, hasta entonces residencia de los simpatizantes extranjeros, fue convertido en prisión provisional. Los militantes y milicianos poumistas fueron perseguidos, encarcelados o asesinados. Los locales y propiedades del partido fueron incautados. Pese a todo la prensa del POUM continuó siendo editada y distribuida en la clandestinidad. Pero la difusión de la revista Juillet, que tenía redacción en Barcelona y París, fue sin duda muy limitada, dado que había sido concebida para la preparación de un congreso internacional que ya no iba a poder celebrarse. Las prioridades y urgencias del momento, tanto en España como en el extranjero, pasaban evidentemente por la denuncia de la represión estalinista, y la defensa política y física de los militantes del POUM. La revista contiene varios artículos destacados, y uno de los más interesantes es, sin duda alguna, el de Nin. No se trata de un artículo menor: ES LA RÉPLICA DE NIN A LAS CONTINUAS CRITICAS DE TROTSKY AL POUM. Nin había evitado, muy cuidadosamente, la polémica con Trotsky, y en La Batalla los escasos artículos de cariz anti trotskista habían sido firmados por “Spectator” (Kurt Landau), o Gorkín, y podían ser considerados como defensa ante un ataque precedente. Con el artículo publicado en Juillet, Nin decidió responder a las críticas de Trotsky, no sólo porque era el momento y el lugar apropiado, sino también porque era ya una tarea necesaria e ineludible, ante la inminencia del congreso internacional convocado por el POUM. La réplica de Nin era agria y dura. Subrayaba el desconocimiento por parte de Trotsky de la realidad española. Según Nin, los análisis de Trotsky se limitaban a aplicar unos principios abstractos y un rígido esquema, extraído de la experiencia revolucionaria rusa de 1917, a una realidad social e histórica española profundamente distinta. Nin afirmaba irónicamente que las revoluciones y los partidos no se dirigen a golpe de carta o de emisario especial, como hacía Trotsky. Nin no dejó de señalar que Trotsky y los trotskistas, a causa de su sectarismo, no consiguieron organizar en ningún país un núcleo lo bastante importante como para influir mínimamente en la clase obrera. Su papel en España se limitó a criticar con lupa lo que el POUM hacía y decía, o dejaba de hacer y decir. Trotsky, siempre según Nin, pontificaba sin estar si quiera bien informado. Sus análisis rozaban la caricatura, y no tenían en cuenta las peculiaridades propias del caso español. En el artículo destacan DOS TESIS FUNDAMENTALES, HASTA ESTE MOMENTO SOLO ESBOZADAS POR NIN EN SUS DISCURSOS ANTERIORES A MAYO DE 1937: 1.- Tras el 19 de julio NO SE DIO EN ESPAÑA UNA SITUACIÓN DE DOBLE PODER, en contradicción con anteriores afirmaciones del propio Nin. 2.- En España la revolución no puede basarse en unos soviets inexistentes, sino en unos SINDICATOS, que a diferencia del resto de Europa, no son sindicatos corporativos y reformistas, sino políticos, y potencialmente revolucionarios. Tesis frontalmente opuesta a la defendida por Josep Rebull. La tesis de que en España no existe una situación de doble poder le sirve a Nin para justificar la participación del POUM en el gobierno de la Generalidad. Para Nin el gobierno que se formó tras la disolución del Comité de Milicias Antifascistas (CCMA) no era más que un gobierno frentepopulista en continuidad con el CCMA. Trotsky se equivocaba, según Nin, al afirmar que el CCMA era un embrión de poder obrero: el CCMA era un organismo de colaboración de clases, y el gobierno de la Generalidad, nombrado en octubre de 1936, era sencillamente su continuidad. EL ABISMO IDEOLOGICO ENTRE NIN Y TROTSKY NO PUEDE SER MÁS ACUSADO. Si bien Nin probablemente tiene razón sobre el carácter interclasista y frentepopulista del CCMA (julio a octubre 1936), no la tiene frente a la crítica fundamental de Trotsky. Porque éste denunciaba la política centrista del POUM, caracterizada por su colaboración con los partidos burgueses, en las tareas de reconstrucción del poder burgués, y su táctica de conquista pacífica (no insurreccional) del poder por el proletariado. Trotsky oponía a esa ambigua política CENTRISTA una política REVOLUCIONARIA, que suponía plantear una oposición intransigente al Frente Popular y a la dirección cenetista, para presentar en todo momento al POUM como la vanguardia revolucionaria del proletariado. Aunque aceptáramos, con Nin, que el CCMA hubiese jugado el papel de un gobierno provisional frentepopulista, que posibilitó el restablecimiento del orden burgués; no es menos cierto que a ese CCMA podía habérsele opuesto un centro coordinador y aglutinador de un poder obrero, que se manifestó en los innumerables comités-gobierno surgidos tras las jornadas revolucionarias de julio. Ocasiones no faltaron: tanto en julio del 36, como en mayo del 37, se produjeron situaciones revolucionarias en las que faltó un partido revolucionario, que condujera a las masas obreras a la conquista del poder. El POUM no fue, ni podía ser, ese partido. Para Trotsky el centrismo del POUM se definía por una terminología marxista y una práctica reformista, que lo situaba en el ala izquierda del Frente Popular. El POUM fue, siempre según Trotsky, el principal obstáculo en el camino de construcción de un partido revolucionario. Los militantes del POUM fueron juzgados bajo la acusación de traidores a la república; mejor hubiera sido, dijo Josep Rebull, que hubieran sido juzgados por revolucionarios. Josep Rebull consideró (excepto en una ocasión) que desde julio de 1936 hasta la disolución del CCMA, a primeros de octubre de 1936, había existido una situación de doble poder. Es decir, Josep Rebull identificaba al CCMA como el polo de poder obrero opuesto al polo burgués de la Generalidad. Rebull creía que la revolución para poder triunfar necesitaba restablecer de nuevo esa situación (desaparecida) de doble poder. La segunda tesis, esto es, la de que la revolución española ha de basarse en los sindicatos, CRITICADA POR REBULL, acerca a Nin a sus orígenes militantes, como defensor y representante de la vía sindicalista dentro del movimiento comunista de la Tercera Internacional. También cabe destacar, en diversos párrafos del texto de Nin, el clarísimo intento de justificar la política “seguidista” del POUM respecto a la CNT, que Rebull recriminaba al CE del POUM como uno de sus errores más graves. Nin atacaba el marxismo “dogmático” de Trotsky (¿y de Rebull?) en nombre de un marxismo eminentemente pragmático. Se presentaba así mismo como realista y responsable, frente al “purismo” idealista y la ausencia de responsabilidades (“ergo irresponsabilidad”, en palabras de Nin) de los trotskistas. Un aspecto muy interesante del artículo (ya esbozado en el Manifiesto del POUM tras las Jornadas de Mayo) es la importancia concedida a los “Comités de Defensa”. Estos comités, de base cenetista, que eran organizaciones de tipo militar, surgidas tras las jornadas de julio, eran QUIENES HABÍAN DIRIGIDO LA LUCHA DE MAYO, según Nin. Rebull en su artículo sobre Mayo del 37 coincide en esta misma apreciación. Esta coincidencia de Nin y de Rebull es de una importancia extraordinaria, y nos EXPLICA LÓGICA Y RAZONADAMENTE el mito historiográfico de la “espontaneidad” de la respuesta de la clase obrera barcelonesa y catalana durante los sucesos de mayo de 1937. De ahí que la consigna propuesta por Nin y el POUM, el 19 de mayo de 1937, sea la ampliación de esos “comités de defensa”, y su centralización y transformación en “comités de defensa de la revolución”. Nin terminó su artículo con una conclusión algo forzada. Aunque había negado la existencia de un doble poder, afirmaba que eso no era obstáculo para que, tras el triunfo de una insurrección revolucionaria, la clase obrera tomara el poder, de modo que la cuestión de los órganos de poder se plantearía a posteriori. La importancia de esta conclusión radica en lo que no dice: Nin parece que ha abandonado definitivamente la tesis, defendida obstinadamente por el CE del POUM antes de mayo (y agriamente denostada por Trotsky y también por Rebull), de la posibilidad de una conquista pacífica del poder por el proletariado. En esta presentación al artículo de Nin no pretendemos mediar, ni mucho menos pontificar, en las duras e incluso, en ocasiones, insultantes críticas cruzadas entre los trotskismos y el POUM . Nos basta con situarlo históricamente. Las críticas trotskistas pueden resumirse en que se pide al POUM que desempeñe el papel de un partido revolucionario; pero el POUM no era, ni llegó nunca a ser ese partido revolucionario, como constataba Josep Rebull, con mayor realismo y dureza que los trotskistas. El estudio de las posiciones políticas de Nin y Trotsky (y de sus diferencias) durante la guerra civil, que en esta breve presentación apenas podemos simplificar (con los riesgos que ello supone), cuenta ya con numerosos estudios de desigual valor. Quien esté interesado en leer los textos de Trotsky o de Nin tiene a su alcance diversas recopilaciones. Por fortuna, contamos con dos obras excepcionales para comprender la guerra civil española . A estos textos remitimos al lector que quiera profundizar en el tema. Con esta presentación sólo hemos querido facilitar la lectura y comprensión de un artículo FUNDAMENTAL PARA EL CONOCIMIENTO DEL PENSAMIENTO Y LA EVOLUCION POLÍTICA DE NIN, que ha sido ignorado durante mucho tiempo en todas las antologías publicadas. Sólo cabe añadir que las argumentaciones del artículo publicado en francés, referentes a los comités de defensa de la revolución, habían sido publicadas ya en español, en un manifiesto del POUM hacia finales de mayo, o principios de junio, y que además de una respuesta a las críticas de Trotsky, este artículo de Nin es también, sin duda, un borrador que preparaba algunas de las respuestas de Nin a las contratesis de Josep Rebull5 , de cara al congreso del POUM convocado para el 19 de junio de 1937. Agustín Guillamón 2. EL PROBLEMA DE LOS ÓRGANOS DE PODER EN LA REVOLUCIÓN ESPAÑOLA Nada es más antimarxista que aplicar a todos los acontecimientos y a todas las situaciones revolucionarias, un esquema preparado de antemano y válido para todos los casos y todas las latitudes. Los seudomarxistas que recurren a este procedimiento, en lugar de partir de las situaciones concretas para elaborar la táctica más adecuada, pretenden someterla al esquema, especie de panacea universal que, cuando se administra, produce resultados completamente negativos. Tal fue el caso de la Internacional Comunista durante el famoso “tercer período” cuya política preparó la victoria del fascismo en Alemania. Tal es el caso de los trotskistas, cuyas maravillosas fórmulas se han demostrado en la práctica absolutamente estériles. Trotsky posee también su panacea universal, pero no ha llegado a constituir en ninguna parte un núcleo más o menos importante, ni a ejercer ninguna influencia sensible en ningún país. Los marxistas “puros” que nos han llegado aquí y que, con la irresponsabilidad que les confiere el privilegio de no tener ninguna responsabilidad, se consagran a examinar con lupa los documentos y resoluciones del POUM, en búsqueda de errores y desviaciones, estos marxistas “puros” también tienen su esquema: la revolución rusa y el leninismo, pero seguardan bien de tener en cuenta las particularidades específicas de nuestra revolución y de que el leninismo no consiste en la repetición mecánica de algunas fórmulas, ni en aplicarlas a todas las situaciones, sino en estudiar la realidad viva con la ayuda del método marxista. Las experiencias de la revolución de 1848 y de La Comuna de París ayudaron eficazmente a Marx y Lenin a elaborar su táctica revolucionaria, pero tanto uno como otro aplicaron las lecciones de esta experiencia a cada situación concreta y las adaptaron a las condiciones de lugar y tiempo en correlación con las fuerzas existentes. La revolución rusa encierra inapreciables enseñanzas para el proletariado internacional; pero sería un procedimiento absolutamente extraño al marxismo el de trasladar mecánicamente a España la experiencia rusa, tal y como pretenden los desgraciados adeptos de Trotsky que, sin raíces ni prestigio en nuestro movimiento obrero, se esfuerzan en vano en desacreditar a la vanguardia revolucionaria española. LA EXPERIENCIA RUSA Y LA REALIDAD ESPAÑOLA Uno de los problemas más importantes que se plantean a nuestra revolución es incontestablemente el de los órganos de poder. ¿Es necesario decir que los celosos guardianes del “marxismo puro” - púdicas vestales que rehúyen todo contacto con la vil realidad -se han apresurado a aplicar “el patrón” ruso a la revolución española y a ofrecernos la fórmula salvadora? El esquema no puede ser más simple: “En Rusia, con la creación de los soviets apareció la dualidad de poderes. De un lado los soviets; del otro el Gobierno Provisional. La lucha entre los dos poderes se terminó mediante la eliminación del Gobierno Provisional y la conquista del poder por los Soviets. Ergo, la premisa indispensable para la victoria de la revolución proletaria es la existencia de la dualidad de poderes. En julio, en todas las poblaciones, aparecieron unos Comités unidos por un Comité Central de Milicias, que constituían el embrión del poder revolucionario frente al Gobierno de la Generalidad. A la supresión de estos Comités, el POUM debía responder con una vasta campaña de agitación con el objetivo de reconstituirlos.” No puede negarse que la existencia de la dualidad de poderes es un factor de extraordinaria importancia en la revolución y que, en 1917, jugó en Rusia un papel decisivo. La dualidad de poderes apareció como resultado de la existencia de unos Soviets que, de los simples comités de huelga que eran al principio, se convirtieron a causa de circunstancias particulares y específicamente rusas, en órganos embrionarios del poder proletario. ¿En qué consistían fundamentalmente estas condiciones particulares y específicas? En que el proletariado ruso, que no había pasado por una etapa de democracia burguesa, no poseía ninguna organización de masas, y por lo tanto, una tradición de ese tipo. Los Soviets fueron los órganos creados por la revolución, en los que los trabajadores se agrupaban, y que se convirtieron automáticamente en un instrumento de expresión de sus aspiraciones. El dilema “soviets o sindicatos” no podía plantearse porque estos últimos, en realidad, no comenzaron a organizarse sino tras la revolución de febrero. EL PAPEL DE LOS SINDICATOS EN ESPAÑA En España, la situación concreta es muy diferente. Los sindicatos gozan de un gran prestigio y una gran autoridad entre los trabajadores; existen desde hace muchos años, tienen una tradición y son considerados por la clase obrera como sus instrumentos naturales de organización. Por otra parte, los sindicatos de nuestro país no tienen, como en otras partes, un carácter puramente corporativo; no se han limitado jamás a la lucha por reivindicaciones inmediatas, sino que son organizaciones de tipo auténticamente político. Esta circunstancia explica en gran medida, que la revolución no haya creado organismos específicos dotados de vitalidad suficiente para convertirse en órganos de poder. Por costumbre y tradición, el obrero de nuestro país se dirige al sindicato tanto en las situaciones normales como en los momentos extraordinarios. ¿Esto es bueno o malo? Es en todo caso una realidad, y el marxismo digno de este nombre debe juzgar no según sus deseos y desde un punto de vista subjetivo, sino según la realidad concreta. El marxismo actúa con lo que es y no según lo que quisiera que fuese. LOS COMITÉS REVOLUCIONARIOS Y EL COMITÉ CENTRAL DE MILICIAS. “Sin embargo - se nos objetará - durante las jornadas de julio se constituyeron Comités revolucionarios en todas las poblaciones.” En efecto, pero los Comités, que, lejos de ser organismos estrictamente proletarios, eran órganos del Frente Popular, ¿podían jugar el papel de los Soviets? ¿Se ha olvidado que “todos” los partidos y organizaciones antifascistas, desde Acción Catalana, netamente burguesa y conservadora, hasta la FAI y el POUM, formaban parte de esos Comités? El Comité Central de Milicias, formado sobre esas mismas bases, no podía ser el embrión del poder revolucionario frente al Gobierno de la Generalidad, dado que no era un organismo proletario, sino de “unidad antifascista”, una especie de gobierno ampliado de la Generalidad. No existía pues la dualidad de poderes, sino dos organismos análogos por su constitución social y su espíritu. Podría hablarse de dualidad de poderes si el Comité Central de Milicias y el Gobierno de la Generalidad hubiesen tenido una composición social diferente. ¿Pero cómo podían oponerse si tanto uno como otro era, en el fondo, equivalentes? Conviene señalar por fin que, incluso en los momentos de mayor esplendor de los Comités, los sindicatos continuaron jugando un papel preponderante. No era el Comité Central de Milicias, sino los Comités de las Centrales sindicales quienes trataban, en primer lugar, las cuestiones más importantes. LA POSICIÓN DEL POUM ANTE EL PROBLEMA DE LOS ÓRGANOS DE PODER. El POUM no dejó de comprender sin embargo desde el primer momento que la creación de órganos proletarios, destinados a reemplazar los de los poderes burgueses, podía tener una inmensa influencia sobre el desarrollo progresivo de la revolución. A este efecto, opuso al Parlamento, que republicanos y estalinistas pretendían resucitar, la Asamblea Constituyente de los Comités de obreros, campesinos y combatientes. Pero la consigna no caló entre las masas obreras. El POUM intentó más tarde, con un resultado semejante, que la consigna fuera más precisa formulándola de la siguiente forma: “Congreso de delegados de los sindicatos obreros, de las organizaciones campesinas y de los combatientes”. El término de “asamblea” fue reemplazado por el de “congreso”, más comprensible para los trabajadores, y la representación obrera surgía directamente de las organizaciones sindicales, es decir, de los organismos ya existentes. La consigna siguió teniendo el carácter de “consigna de propaganda”, y no se implantó entre las masas. ¿Por qué, a pesar de todo, -se nos objeta - el partido no hizo prácticamente nada para crear Comités? Porque, dado que las masas obreras no experimentaron la necesidad de su creación, se hubiera convertido en una tentativa estéril, sin trascendencia alguna. Por otra parte, quienes se sirven de tal argumento olvidan que los bolcheviques - cuya actividad nos ofrecen constantemente como ejemplo a imitar servilmente - no crearon los soviets. Su gran mérito histórico consistió precisamente en partir de una realidad concreta, los soviets ya existentes - que habían sido creados espontáneamente por los trabajadores, por primera vez en 1905 - para convertirlos en instrumentos de insurrección primero, y en órganos de poder acto seguido. Y a quienes nos acusan de no tener una orientación fija sobre esto, hemos de hacerles observar que la táctica no puede ser inmutable ni rectilínea, sino dialéctica - es decir, que es necesario adaptarse a la realidad cambiante - y a invitarles a estudiar cuidadosamente la actividad bolchevique en 1917, a fin de que se persuadan de que el partido bolchevique no se limitó a repetir constantemente una misma consigna, sino que cambió varias veces sus consignas según las circunstancias. LOS COMITÉS DE DEFENSA DE LA REVOLUCIÓN Las jornadas de mayo en Barcelona han hecho revivir ciertos organismos que, durante estos últimos meses, habían jugado un cierto papel en la capital catalana y en algunas localidades importantes: los Comités de Defensa. Se trata de organismos principalmente de tipo técnico-militar, formados por los sindicatos de la CNT. Son éstos, en realidad, quienes han dirigido la lucha, y quienes constituían, en cada barrio, el centro de atracción y organización de los obreros revolucionarios. Partiendo de lo que es, nuestro partido preconizó la ampliación de estos organismos para su transformación en Comités de Defensa de la Revolución formados por los representantes de todas las organizaciones revolucionarias. El POUM propuso su creación no solamente en los barrios, sino en todos los lugares de trabajo, y la constitución de un Comité Central encargado de coordinar la acción de todos los Comités de base. Su iniciativa no tuvo un resultado práctico inmediato. Nuestros militantes actuaron en estrecho contacto con los “Comités de Defensa” existentes, pero no llegaron a crear un solo Comité que estuviese en armonía con nuestra concepción. Actualmente, el partido continúa repitiendo la misma consigna y da instrucciones concretas a todas sus secciones para que la difundan y dirijan todos sus esfuerzos en hacerla realidad. ¿Tendrá éxito nuestro objetivo? La experiencia lo dirá; pero en todo caso, no renunciamos a lanzar consignas que se adapten mejor a la realidad concreta de cada momento, y en caso necesario a relegar a un segundo plano la de los Comités si las circunstancias exigen momentáneamente otra, para situarla de nuevo en primer plano cuando las circunstancias varíen. Tal fue el caso de la consigna lanzada con ocasión de una reciente crisis del Gobierno de Cataluña, “formación de un gobierno constituido por todos los representantes de todas las organizaciones obreras”, gobierno al cual se le asignaba como misión principal la convocatoria de un Congreso de delegados de los sindicatos, las organizaciones campesinas y los combatientes; tal fue también el caso de la consigna “constitución de un gobierno CNT-UGT”, preconizado con ocasión de la formación del gobierno contrarrevolucionario de Negrín, paralelamente al de la creación de Comités de Defensa de la Revolución. ¿LA EXISTENCIA PREVIA DE LA DUALIDAD DE PODERES ES INDISPENSABLE PARA LA VICTORIA PROLETARIA? Para terminar, queremos someter a un rápido examen la tesis según la cual la premisa indispensable para la victoria proletaria es la existencia de la dualidad de poderes. Apresurémonos a declarar que nos negamos a otorgar la cualidad de “dogma de fe” a esta tesis. La creación de Comités, Soviets, u otros organismos revolucionarios de masas, y la dualidad de poderes resultante, constituye un instrumento poderoso y muy eficaz en manos de los trabajadores; pero tenemos la absoluta convicción de que la conquista del poder político por el proletariado, en nuestro país, es posible sin que existan previamente los órganos del poder. ¿Puede negarse, quizás, la posibilidad de que en un momento determinado la clase obrera, después de una insurrección victoriosa, tome el poder y se constituya un gobierno compuesto por representantes de organizaciones revolucionarias, que hubieran tomado el mando de la insurrección? ¿Deberíamos entonces rechazar, por fidelidad estúpida a un esquema abstracto, el formar parte de ese gobierno? ¿Ese gobierno no sería un gobierno obrero y revolucionario? Y si esta hipótesis, perfectamente factible, se realizara, la creación de órganos adecuados de poder se plantearía como un problema posterior a la conquista de éste por el proletariado. Estas son, sucintamente expuestas, algunas reflexiones que nuestra realidad revolucionaria nos sugiere sobre el problema de los órganos de poder. Sabemos de antemano que no dejarán satisfechos a los amigos de resolver todos los problemas con ayuda de una receta sabiamente elaborada, buena para todos los casos. Pero el marxismo, que no es un dogma, sino un método para la acción, rechaza las fórmulas para actuar sobre la realidad viva y mutable. Lo fundamental es la estrategia revolucionaria; en cuanto a la táctica, hay que adaptarla a la realidad. Evidentemente, esto es más difícil que repetir mecánicamente una fórmula. Tendría un interés de carácter estrictamente histórico remontarse al período anterior al desarrollo sindical del fenómeno fascista, si esta mirada retrospectiva no fuese útil también para combatir un estado de ánimo muy difundido hoy: la desconfianza en las masas. Esta desconfianza es uno de los obstáculos más graves para reemprender la lucha de los partidos de izquierdas, y para una exacta valoración de las posibilidades de un movimiento clasista inmune a los defectos del pasado período demagógico. Que grandes masas proletarias hayan pasado de las banderas rojas a los gallardetes negros es un hecho que demuestra, indiscutiblemente, la falta de preparación política de la clase obrera, inconstante, por defecto típico de la raza latina y por insuficiente madurez de la consciencia. Pero no es un hecho que pueda justificar el pesimismo de muchos de los vencidos, ni el larvado desprecio de los vencedores. Ni puede justificar la ligereza y, en algunos casos, la vil falta de honradez de los líderes. Al inicio de 1919 las plazas de Italia desbordaban de descontentos, los veteranos del barro de las trincheras empezaron a gritar hurras a la revolución y a Lenin, su profeta. La prensa roja multiplicaba la tirada y se alargaban las listas de las suscripciones. Los sindicatos se volvían cada vez más pletóricos, y era espectacular la afluencia de nuevos miembros a las secciones y grupos de los partidos de vanguardia. Las elecciones de noviembre de 1919, con un programa extremista, llevaron al Parlamento a una inflamada patrulla sentada a la extrema izquierda. Pero los discursos, las manifestaciones, las marchas, se sucedían sin que se perfilase ni la figura de un gran líder, ni una unión de partido de gobierno bien organizado. La subida del precio de los alimentos en la primavera de 1919, incita a una mezcla explosiva de descontento, sobre todo por los periódicos «biempensantes», pero se extingue en charcos de vino y aceite, y la ahogan en un banquete. Aún no se había instituido la Guardia Regia, el ejército estaba impaciente por licenciarse, y el gobierno dio rienda suelta a la pequeña revolución pantagruélica. Tal vez el gobierno vio con buenos ojos estos disturbios esporádicos y mal dirigidos, como un modo de disminuir la presión de la insurrección, distrayendo a la opinión pública de las verdaderas causas y del auténtico responsable del alto coste de los alimentos, y que servía de advertencia a las clases ricas que impedían cualquier intento del gobierno tendente a restablecer un estado de cosas que se acercaba a la pre-guerra. ¿Qué hicieron los líderes? Dejaron que la ira miope y la mísera codicia del pueblo golpearan a los tenderos, que vivían de los beneficios de una pequeña tienda modesta, porque los grandes almacenes disfrutaban del privilegio de ser defendidos por la fuerza pública. Los líderes no supieron afrontar, y tampoco lo intentaron, el impulso saqueador que mostraba un campo más vasto de acción. Se limitaron a cubrir, con los velos policromos de la retórica demagógica, el salami y las botellas del festín popular, limitándose a hacer ir a los almacenes a la Cámara del Trabajo y convirtiendo a los porteros de las tiendas en los jefes más astutos. Las consecuencias fueron: que una parte de las masas de los trabajadores creyó que la revolución no fue más que un saqueo muy grande; que los tenderos grandes pensaran en un castigo, y que los pequeños, encontrando injusto que la gente robara en sus tiendas mientras que se dejaban tranquilas a las gruesas carteras y a la mafia encumbrada, estuvieron mal dispuestos hacia ese bolchevismo que, en su empírica conciencia pequeña burguesa, equivalía a un nuevo saqueo. El cansancio popular estaba próximo. El contraataque burgués se estaba preparando. Los líderes socialistas no vieron nada. Al igual que en el movimiento del alto costo de los alimentos no hicieron nada para no perjudicar a la huelga general del 20-21 de julio, así, a finales de junio de 1920, con el estallido de la insurrección militar y obrera de Ancona, rechazaron la idea de un movimiento republicano, porque habría dado lugar a una moderada república socialdemócrata, y no a la dictadura comunista soñada bajo los esquemas y programas moscovitas. Cuando llegó la ocupación de las fábricas, en agosto y septiembre de 1920, la crisis revolucionaria parecía evidente, en la ambigüedad de los líderes y en la falta de preparación de las masas. En esos días tuve la ocasión de presenciar la ocupación de las fábricas en los centros industriales de la Toscana y Emilia. Me di cuenta de que el espíritu de los trabajadores era muy diferente en las distintas ciudades. En algunas, el entusiasmo del primer momento, era seguido de una sensación de agotamiento. En otras persistía el entusiasmo, pero los medios de defensa y los elementos técnicos no se correspondían con la buena voluntad. En todos los trabajadores con los que tuve contacto se producía la confusión de querer hacer la revolución y de esperar el final de las negociaciones entre D’Aragona, Buozzi y los industriales, con el gobierno como intermediario. Desvanecido el entusiasmo colectivo de los primeros días de la ocupación, la masa se dividió. Estaban los que pensaban: «¡Mejor! La revolución comienza. Debemos atrevernos, sacrificarnos»; pero estos eran pocos. Estaban los que gritaban: «Ahora nosotros somos los jefes. Controlamos nosotros», pero no sabían lo que había que hacer y no se preguntaban hasta dónde podía llegar su voluntad, y eran muchísimos. Y estaban los que pensaban: «¡Dios nos ayude!», y eran muchos. Cuando en octubre de 1920, Malatesta, Borghi, otros representantes anarquistas y los organizadores sindicalistas, fueron detenidos, hubo alguna ocasional demostración de huelga como respuesta a la acción del gobierno. La reacción empezaba a encontrar el camino libre. ¿Cómo fue posible que el fascismo camorrista no levantara las protestas de las clases medias? Porque estas clases estaban irritadas por la hostilidad de las masas obreras hacia todo cuanto apestara a burgueses y militares. Las burlas hacia las damas, las amenazas a los estudiantes, la caza a los oficiales... toda esta ciega hostilidad del mono de trabajo hacia el sombrero de plumas, hacia el cuello almidonado, hacia los uniformes de oficiales, creó un gran descontento, que se hizo más y más vasto con el exasperante goteo de huelgas en los servicios públicos, huelgas indispensables en muchos casos, pero, en otros muchos, desproporcionas, con el fin de ser incluso más dañinas que las primeras, porque la razón no era evidente. Es interesante, en este sentido, la opinión expresada por un anarquista, Luigi Fabbri, en su libro La Contro-rivoluzione preventiva. (Cappelli, Bolonia, 1922). Si los trabajadores del servicio público tienen derecho a huelga: «desde el punto de vista del interés de clase y del interés revolucionario —por el que deben tratar de recoger por su propio esfuerzo el mayor número de apoyos y disminuir el número de hostilidades— los trabajadores mismos deberían poner un límite a la utilización de esta arma de doble filo, muy eficaz en ciertos momentos y circunstancias, pero que, por su naturaleza, tiende a aumentar en torno a sí la oposición del público y a limitar las adhesiones al movimiento, no solamente entre las clases dirigentes, sino entre todos». Y eran los líderes, socialistas y sindicalistas, los que llamaban a estas huelgas generales que surgían con demasiada frecuencia, para defender pequeños intereses de clase y los hechos más insignificantes. Las manifestaciones, cada vez más numerosas, y siempre ineficaces, exasperaban, obligando a los servicios, en el largo turno, a un trabajo excesivo, y al violento contacto permanente con la multitud hostil, y con la fuerza pública, que estaba también irritada por la sistemática, y, a veces exagerada, campaña, a base de artículos agresivos y caricaturas insultantes de los periódicos de izquierda. Los líderes, muy agradables en las antesalas de las comisarías y en los juzgados, no dejaron de agitar a las multitudes contra los guardias reales, contra todo desgraciado trasladado de la posguerra, incapaces de darse cuenta de su propia función, y alejados del espíritu y la vida de la Italia septentrional y central. Este error táctico explica muchos de los enfrentamientos entre los manifestantes y la fuerza pública (140 de ellos con resultados letales y 320 muertos en los partidos obreros), que de abril de 1919 a septiembre de 1920, avivó en las masas una momentánea indignación, intensificando el descontento de las clases medias y dejando a las masas en un estado de deprimente fatiga. El fascismo comenzó a penetrar en las masas. En primer lugar, corrieron a inscribirse en los sindicatos fascistas aquellos trabajadores que siempre habían estado listos para ir donde vieran el cuenco más lleno. Entonces, los que estaban aislados en lugares sin gran desarrollo de la vida obrera tuvieron que elegir entre la nada y la entrada en los sindicatos fascistas. Luego llegaron las adhesiones en masa en las zonas en las que los medios de coerción, desde las palizas a incendiar las casas, eran tales, que no permitieron resistencia alguna. El terror explica, pero sólo hasta cierto punto, las deserciones. La verdadera causa es la mala educación dada por los líderes a las masas, especialmente en las zonas rurales. En ciertos lugares ser de la Liga o ser socialista eran sinónimos. El socialismo se reducía a cuestiones de aumento de salarios, a la elección del diputado más dispuesto a actuar para proteger los intereses de la organización, para asegurar el egoísta mecenazgo gubernamental a las cooperativas, a la conquista del ayuntamiento con el fin de gravar más a los señores. La táctica sindical, cooperativista y política de los socialistas se inspiraba en la fórmula: los máximos resultados con el mínimo esfuerzo. Por tanto, ningún sentido heroico de la lucha de clases, sino la mezquina alianza de intereses sin la luz del idealismo. Carecían, y no podía ser de otro modo, de la confianza de las masas en sus propios líderes, abogados ansiosos de un rinconcito en el parlamento o promotores de negocios que se aferran a sus privilegios. Los líderes, para dominarla, sirven a la masa. Para congraciarse, la halagan. La abandonaron incapaces de ir contra corriente, y temerosos de comprometer su popularidad caen en los errores más groseros. Uno de estos errores, y uno de los más graves, fue el de obligar a los trabajadores adversos a la organización a que entraran en las asociaciones. Estos miembros forzosos, fueron los primeros en marcharse y pasarse a la otra orilla, y fueron luego los más fascistas. Los hechos han dado la razón a los anarquistas, que en su Congreso de julio de 1920 en Bolonia, afirmaron que «todo el mundo tiene derecho al trabajo, y que la organización debe ser portadora de la creciente consciencia de los trabajadores, y no imponerla por la fuerza», en protesta contra el sistema de organización obligatoria, que es «violación de la libertad que daña el contenido idealista y cualquier espíritu de lucha, y constituye un germen de disolución en el seno de la misma». Pero sería demasiado largo el examen de los errores pasados. Llegamos, pues, a la posición en la que las masas de trabajadores, fascistoides o no, se encuentran frente a los líderes, a los que dominan. En la ofensiva fascista del otoño de 1920, no fueron los círculos políticos los primeros en ser sometidos, sino las Cámara del Trabajo y las cooperativas. En el ataque «anti-bolchevique» se procedió con igual violencia tanto en los centros de subversión como en aquellos lugares donde el espíritu revolucionario de posguerra no había tenido un desarrollo significativo, o donde no se había producido ningún incidente grave de guerra de clases. En Reggiano y Modenese fueron agredidas las organizaciones reformistas, en Bergamasco las católicas, en Padovano incluso las cooperativas apolíticas y las dirigidas por los conservadores. En el apogeo de la etapa camorrista de la avanzada fascista, Benito Mussolini tuvo que decir: «El fascismo es sinónimo de terror para los trabajadores... una chusma de negociantes y politicastros ha identificado el fascismo con la defensa de sus turbios intereses». Todo esto sucedía porque los líderes fascistas, si bien hacían alarde de un aristocrático desprecio al número, tuvieron que rebajarse al reclutamiento de numerosos seguidores, muchos de los cuales tenían los impulsos y los intereses de los matones. Al período de asociacionismo político-militar, le sucedió el del asociacionismo sindical. El programa del sindicalismo fascista era:
1) El reconocimiento de la función económica y social, del empresario y el capitalista; 2) El conocimiento y la creación de una jerarquía técnica; 3) La formación de un fuerte conciencia nacional. Programa muy vago, carente de originalidad en la improvisación ecléctica, de solidez en la forzada conciliación de fuerzas contrarias, y de realidad en lo abstracto. Agostino Lanzillo, en su libro Le rivoluzioni del dopoguerra dio un consejo, que era también una profecía: «Después del primer período de polémica, los sindicatos fascistas tendrán que actuar en el terreno de la lucha de clases, como es ley ineludible de la vida de cualquier sindicato obrero. Y por eso, la concepción antisindical del actual programa fascista deberá cambiar a una concepción que respete al movimiento obrero, no como un hecho transitorio e insignificante, sino como una realidad indestructible de la vida nacional. Que esta realidad sea aceptada como lo que es, y que no sea negada con el pretexto histórico de querer absorberla en una concepción abstracta y teórica de Nación». ¿Se dirige el fascismo a este reconocimiento? La llegada de Mussolini al gobierno ha aumentado el flujo de los que se organizan en corporaciones fascistas. La masa sindical fascista se ha hecho aún más heterogénea y contiene las tendencias más imprevisibles posibles. La ocupación de las fincas por parte de las ligas fascistas, es uno de los muchos síntomas de esa superioridad del fascismo-sindicato en el fascismo-partido, que en ciertos lugares ya existe y que se generalizará. ¿Tendremos una lucha de clases con sello fascista? Si esto es así, se tratará de un fenómeno que marcará la desintegración del partido fascista. Si va a haber un conflicto general entre los trabajadores de los sindicatos fascistas y los empresarios, el gobierno, que controla a los segundos sin poder descuidar a los primeros —y prueba de ello es la actitud de cascarrabias bonachón que tiene Mussolini cuando habla al público obrero—, se encontrará de frente con una crisis muy grave. Tal vez pueda superarla, pero no podrá no tomar una decisión radical, que no puede ser más que una: un fuerte golpe a la izquierda. Sin embargo, el partido fascista no tiene la posibilidad de tener éxito también en una estrategia acrobática de esta magnitud, ya que es demasiado pesada y diversa. Pero se verá obligado, a regañadientes, a intentar el gran salto. La tesis de una única organización para empresarios y para obreros no puede materializarse. Por un lado están los descontentos, y por otro, los satisfechos de haber escapado al peligro revolucionario, pero no siempre dispuestos a pagar demasiado caro el rescate. El gobierno fascista, queriendo sanear las finanzas del estado, no puede continuar llenando las lagunas financieras del gobierno exprimiendo a los contribuyentes y atacando muchos intereses generales. Si quiere dar la mano a una verdadera reconstrucción, se verá obligado a simplificar los servicios públicos, despertando la hostilidad de la masa asalariada. A causa de esta compleja posición dominante de las masas a las que sirve, el gobierno fascista se verá obligado a mantener en la órbita de su política a los sindicatos fascistas, base poco segura también, pero posible herramienta de una acción contra aquellas clases que impiden cualquier actuación reconstructiva que no sea una artimaña de corta duración. Las masas siguen siendo una fuerza, y las oligarquías deberán tenerla en cuenta, ya que es inevitable que la dialéctica de los procesos históricos colectivos venza a la lógica apriorística y finalista de los líderes. Este texto es una traducción del texto de P.Avrich con el mismo nombre, publicado en 1965 en Soviet Studies. Jan Wacław Machajski representa uno de los mayores teóricos del movimiento anarquista polaco, pese a ser poco conocidviva la intelectualidad mueran los intelectualeso y traducido en el resto del mundo, tuvo un gran peso enel movimiento anarquista del Antiguo Imperio Ruso, En sus textos carga contra los intelectuales como otra clase opresora que se beneficia de los esfuezos del proletariado. Su teoría va en la línea de la frase "Viva la intelectualidad, mueran los intelectuales". ------------------------------------------------ "Cuando el Curso Breve de Historia del Partido Comunista se publicó en Pravda en 1938, iba acompañado de un decreto que destacaba el papel de la intelectualidad en la construcción de la sociedad soviética. El decreto condenó amargamente la creencia 'majaevista' de que los intelectuales (funcionarios del partido, gerentes de fábricas y granjas, oficiales del ejército, especialistas técnicos, científicos) eran una raza extraña de hombres egoístas que no tenían nada en común con el trabajador en el banquillo o el campesino detrás del arado. Esta actitud hostil hacia la intelectualidad, declaraba el decreto, era “salvaje, hooligan y peligrosa para el Estado soviético”. Varios lectores de Pravda, desconcertados por la extraña expresión “majaevismo”, escribieron a los editores pidiéndoles que la explicaran. En una polémica mordaz, Pravda respondió que el 'majaevismo' era una teoría cruda que calumniaba a la intelectualidad tildándola de nueva explotadora de los obreros y campesinos; sus adeptos eran "extranjeros, degenerados y enemigos", cuyo lema era "Abajo la intelectualidad". Negando con vehemencia que la intelectualidad constituía una nueva clase de opresores, Pravda afirmó que los intelectuales y las masas trabajadoras eran "de un solo hueso y una sola carne". Sin embargo, el aluvión de vituperaciones de Pravda simplemente espesó la niebla de confusión que rodeaba el término "majaevismo", que, en la década de 1930, se había convertido en poco más que un epíteto conveniente para la provocación intelectual. Pero, ¿qué era, de hecho, el “majaevismo”? ¿Quién fue su creador y qué influencia tuvo durante su vida? Jan Wacław Machajski nació en 1866 en Busk, un pequeño pueblo de unos dos mil habitantes, situado cerca de la ciudad de Kielce en la Polonia rusa. Era hijo de un empleado indigente, que murió cuando Machajski era un niño, dejando una familia numerosa y desamparada. Machajski asistió a la gimnaziya en Kielce y ayudó a mantener a sus hermanos y hermanas dando clases particulares a los compañeros de escuela que vivían en el departamento de su madre. Comenzó su carrera revolucionaria en 1888 en los círculos estudiantiles de la Universidad de Varsovia, donde se había matriculado en las facultades de ciencias naturales y medicina. Dos o tres años más tarde, mientras asistía a la Universidad de Zúrich, abandonó su primera filosofía política (una mezcla de socialismo y nacionalismo polaco) por el internacionalismo revolucionario de Marx y Engels. Machajski fue arrestado en mayo de 1892 por pasar de contrabando proclamas revolucionarias desde Suiza a la ciudad industrial de Łódź, que estaba en medio de una huelga general. En 1903, tras una decena de años de prisión y exilio siberiano, escapó a Europa occidental, donde permaneció hasta el estallido de la revolución de 1905. Durante su largo período de destierro en el asentamiento siberiano de Vilyuisk (en la provincia de Yakutsk), Machajski hizo un estudio intensivo de la literatura socialista y llegó a la conclusión de que los socialdemócratas no defendían realmente la causa de los trabajadores manuales, sino la de un nueva clase de 'trabajadores mentales' engendrada por el ascenso del industrialismo. El marxismo, sostuvo en su obra principal, Umstvenny rabochi, reflejaba los intereses de esta nueva clase, que esperaba llegar al poder sobre los hombros de los trabajadores manuales. En una sociedad llamada "socialista", declaró, los capitalistas privados simplemente serían reemplazados por una nueva aristocracia de administradores, expertos técnicos y políticos; los trabajadores manuales serían nuevamente esclavizados por una minoría dirigente cuyo capital, por así decirlo, era la educación. Al desarrollar sus teorías antimarxistas, Machajski estuvo fuertemente influenciado por Mikhail Bakunin y por los economistas de la década de 1890. Una generación antes de la aparición de Umstvenny rabochi, Bakunin había denunciado a Marx y sus seguidores como intelectuales aprovechados que, viviendo en un mundo irreal de libros mohosos y gruesos diarios, no entendían nada del sufrimiento humano. Aunque Bakunin creía que los intelectuales jugarían un papel importante en la lucha revolucionaria, advirtió que sus rivales marxistas tenían un ansia insaciable de poder. En 1872, cuatro años antes de su muerte, Bakunin especuló sobre la forma que asumiría la "dictadura del proletariado" marxista si alguna vez llegaba a ser inaugurada: “Ese sería el gobierno del intelecto científico, el más autocrático, el más despótico, el más arrogante y el más insolente de todos los regímenes. Habrá una nueva clase, una nueva jerarquía de verdaderos o falsos sabios, y el mundo se dividirá en una minoría dominante en nombre de la ciencia y una inmensa mayoría ignorante” En una de sus obras más importantes, Gosudarstvennost i anarkhiya, publicada al año siguiente, Bakunin elaboró esta terrible profecía en un pasaje sorprendente: “Según la teoría del señor Marx, el pueblo no sólo no debe destruir [el Estado], sino que debe fortalecerlo y ponerlo a completa disposición de sus benefactores, guardianes y maestros, los líderes del Partido Comunista, a saber, el señor Marx. y sus amigos, quienes procederán a liberar [a la humanidad] a su manera. Concentrarán las riendas del gobierno en una mano fuerte, porque el pueblo ignorante requiere una tutela sumamente firme; establecerán un solo banco estatal, concentrando en sus manos toda la producción comercial, industrial, agrícola e incluso científica, y luego dividirán a las masas en dos ejércitos, industrial y agrícola, bajo el mando directo de los ingenieros estatales, que constituirán un nuevo patrimonio científico-político privilegiado.” Según Bakunin, los seguidores de Karl Marx y de Auguste Comte también eran “sacerdotes de la ciencia”, ordenados en una nueva iglesia privilegiada de la mente y la educación superior”. Informaron con desdén al hombre común: "No sabes nada, no entiendes nada, eres un tonto, y un hombre inteligente debe ponerte una silla y una brida y guiarte". Bakunin sostenía que la educación era un instrumento de dominación tan importante como la propiedad privada. Mientras una minoría de la población se adelantara al aprendizaje, escribió en 1869 en un ensayo titulado “Instrucción integral”, podría usarse efectivamente para explotar a la mayoría. "El que sabe más", escribió, "dominará naturalmente al que sabe menos". Incluso si los terratenientes y los capitalistas fueran eliminados, existía el peligro de que el mundo "se dividiera una vez más en una masa de esclavos y un pequeño número de gobernantes, los primeros trabajando para los segundos como lo hacen hoy”. La respuesta de Bakunin fue arrebatar la educación del dominio monopolístico de las clases privilegiadas y ponerla al alcance de todos por igual; como el capital, la educación debe dejar de ser “patrimonio de una o de varias clases” y convertirse en “propiedad común de todos”. Una educación integrada en la ciencia y la artesanía (pero no en las abstracciones estériles de la religión, la metafísica y la sociología) permitiría a todos los ciudadanos dedicarse a actividades tanto manuales como mentales, eliminando así una fuente importante de desigualdad. “Todos deben trabajar y todos deben ser educados”, afirmó Bakunin, para que en la buena sociedad del futuro no haya “ni trabajadores ni científicos, sino solo hombres”. El abismo entre las clases cultas y la "gente oscura" de Rusia era más amplio que en cualquier otro lugar de Europa. Durante la década de 1870, cuando los jóvenes estudiantes populistas de Petersburgo y Moscú fueron a la gente del campo, se toparon con una barrera invisible que los separó de los ignorantes del pueblo. Su lamentable falta de comunicación con la gente del campo llevó a algunos populistas desilusionados a abandonar la educación que pensaban que los estaba separando de las masas. Otros se preguntaron si la brecha educativa podría cerrarse en absoluto, si el filósofo populista Nikolai Mikhailovski no tenía razón cuando observó que los pocos alfabetizados deben "inevitablemente esclavizar" a la mayoría trabajadora. La situación tampoco mejoró realmente cuando los campesinos llegaron a la ciudad para trabajar en las fábricas, pues trajeron consigo su desconfianza hacia los intelectuales. Un trabajador en San Petersburgo se quejó de que “la intelectualidad había usurpado la posición del trabajador”. Estaba bien aceptar libros de los estudiantes, dijo, pero cuando comienzan a enseñarte tonterías, debes derribarlos. 'Debería hacérseles entender que la causa de los trabajadores debe ponerse enteramente en manos de los propios trabajadores.' Aunque estas observaciones estaban dirigidas al círculo populista de Chaikovski en la década de 1870, la misma actitud persistió en las décadas siguientes tanto hacia los populistas como con los marxistas, que competían por la lealtad de la clase emergente de trabajadores industriales. En 1883, Georgi Plekhanov, el "padre" de la socialdemocracia rusa, se sintió obligado a prometer que la dictadura marxista del proletariado estaría "tan alejada de la dictadura de un grupo de revolucionarios raznochintsy como el cielo está de la tierra". Aseguró a los trabajadores que los discípulos de Marx eran hombres desinteresados, cuya misión era elevar la conciencia de clase del proletariado para que pudiera convertirse en “una figura independiente en la arena de la vida histórica, y no pasar eternamente de un guardián a otro”. A pesar de reiteradas garantías de este tipo, muchos trabajadores de fábricas evitaron el revolucionarismo doctrinario de Plejánov y sus asociados y dedicaron sus esfuerzos a la tarea de la autosuperación económica y educativa. Comenzaron a manifestar una tendencia (en la que se les unieron varios intelectuales simpatizantes) que más tarde adquirió la etiqueta de "economicismo". El obrero ruso medio estaba más interesado en elevar su nivel material que en agitar por objetivos políticos; desconfiaba de las consignas revolucionarias lanzadas por los líderes del partido que parecían empeñados en empujarlo a aventuras políticas que podrían satisfacer sus propias ambiciones mientras dejaban la situación de los trabajadores esencialmente sin cambios. Los programas políticos, escribió un destacado vocero del punto de vista 'economista', 'son adecuados para los intelectuales que van "al pueblo", pero no para los trabajadores mismos... Y es la defensa de los intereses de los trabajadores... .ese es todo el contenido del movimiento obrero». La intelectualidad, añadió, citando el célebre preámbulo de Marx a los estatutos de la Primera Internacional, tendía a olvidar que “la liberación de la clase obrera debe ser tarea de los propios trabajadores”. Subyacente al antiintelectualismo de los "economistas" estaba la convicción de que la intelectualidad consideraba a la clase obrera simplemente como el medio para un objetivo superior, como una masa abstracta predestinada a llevar a cabo la voluntad inmutable de la historia. Según los "economistas", los intelectuales, en lugar de aplicar su conocimiento a los problemas concretos de la vida de la fábrica, se inclinaban a perderse en ideologías que no tenían relación con las verdaderas necesidades de los trabajadores. Envalentonados por las huelgas textiles de Petersburgo de 1896 y 1897, que fueron organizadas y dirigidas por trabajadores locales, los "economistas" instaron a la clase trabajadora rusa a seguir siendo autosuficiente y rechazar el liderazgo de agitadores profesionales egocéntricos. Como escribió un trabajador de banco en la capital en una revista "economista" en 1897, "la mejora de nuestras condiciones de trabajo depende solo de nosotros mismos". Los argumentos antipolíticos y antiintelectuales de Bakunin y de los economistas dejaron una huella imborrable en Machajski. Mientras estuvo en Siberia, llegó a creer que la intelectualidad radical no buscaba el logro de una sociedad sin clases, sino simplemente establecerse como un estrato privilegiado. No era de extrañar que el marxismo, en lugar de abogar por una rebelión inmediata contra el sistema capitalista, pospusiera su “colapso hasta un tiempo futuro cuando las condiciones económicas hubieran ‘madurado’ lo suficiente. Con el mayor desarrollo del capitalismo y su tecnología cada vez más sofisticada, los "trabajadores mentales" se fortalecerían lo suficiente como para establecer su propio gobierno. Incluso si la nueva tecnocracia aboliera la propiedad privada de los medios de producción, dijo Machajski, la "intelectualidad profesional" aún mantendría su posición de dominio asumiendo la gestión de la producción y estableciendo un monopolio sobre el conocimiento especial necesario para operar una economía industrial compleja. Los gerentes, ingenieros y funcionarios políticos utilizarían su ideología marxista como un nuevo opio religioso para nublar las mentes de las masas trabajadoras, perpetuando su ignorancia y servidumbre. Machajski sospechaba que todos los competidores de izquierda buscaban establecer un sistema social en el que los intelectuales serían la clase dominante. Incluso acusó a los anarquistas del grupo Khleb i volya de Kropotkin de adoptar un enfoque "gradualista" de la revolución no mejor que el de los socialdemócratas, porque esperaban que la próxima revolución en Rusia no fuera más allá de la revolución francesa de 1789 o 1848. En la comuna anarquista proyectada por Kropotkin, sostenía Machajski, "sólo los poseedores de la civilización y el conocimiento" disfrutarían de la verdadera libertad. La “revolución social” de los anarquistas, insistió, no pretendía ser un “levantamiento de los trabajadores” puramente, sino que de hecho iba a ser una revolución en los “intereses de los intelectuales”. Los anarquistas eran “los mismos socialistas que todos los demás, solo que más apasionados” ¿Qué debía hacerse entonces para evitar esta nueva esclavitud? En opinión de Machaiski, mientras persistiera la desigualdad de ingresos y los instrumentos de producción siguieran siendo propiedad privada de una minoría capitalista, y mientras el conocimiento científico y técnico siguiera siendo "propiedad" de una minoría intelectual, las multitudes continuarían trabajando para una minoría privilegiada. La solución de Machajski asignó un papel clave a una organización secreta de revolucionarios llamada Conspiración de los Trabajadores (Rabochi zagovor), similar a la “sociedad secreta” de conspiradores revolucionarios de Bakunin. Presumiblemente, el mismo Machajski estaría a la cabeza. La misión de la Conspiración Obrera era estimular a los trabajadores a la "acción directa" (huelgas, manifestaciones y similares) contra los capitalistas con el objetivo inmediato de mejoras económicas y puestos de trabajo para los desempleados. La "acción directa" de los trabajadores culminaría en una huelga general que, a su vez, desencadenaría un levantamiento mundial, marcando el comienzo de una era de igualdad de ingresos y oportunidades educativas. Al final, la perniciosa distinción entre trabajo manual e intelectual sería borrada, junto con todas las divisiones de clase. Las teorías de Machajski provocaron discusiones apasionadas dentro de los diversos grupos de radicales rusos. En Siberia, donde Machajski hectografió la primera parte de Umstvenny rabochi en 1898, su crítica a la socialdemocracia “tuvo un gran efecto sobre los exiliados”, como recuerda Trotsky, que se encontraba entre ellos, en su autobiografía. En 1901, las copias de Umstvenny rabochi estaban circulando en Odessa, donde el "makhaevismo" comenzaba a atraer seguidores. En 1905, se formó en San Petersburgo un pequeño grupo de Makhayesvsky que se hacía llamar la Conspiración de los Trabajadores. A pesar de las críticas de Machajski a los anarquistas, varios de ellos se sintieron atraídos por su credo. Durante un tiempo, Olga Taratuta y Vladimir Striga, miembros destacados de la organización anarquista más grande de Rusia, el grupo Bandera Negrar (Chernoye znatnya), estuvieron asociados con una sociedad en Odessa conocida como los Intransigentes (Neprimirimiye), que incluía tanto a anarquistas como a Makhayevtsy como el principal círculo anarquista de S. Petersburgo, Sin Autoridad (Beznachaliye), contenía algunos discípulos de Machajski. Si algunos escritores anarquistas reprendieron a Machajski por ver todo como un ingenioso complot de la intelectualidad, no pocos, como admitió uno de los seguidores de Kropotkin, encontraron en las doctrinas del 'majaevismo' un 'espíritu fresco y vivificante en contraste con el ' atmósfera asfixiante de los partidos socialistas, saturada de artimañas políticas». El principal anarcosindicalista en Rusia en 1905, Daniil Novomirski, claramente se hizo eco de las sospechas de Machajski sobre los "trabajadores intelectuales": ¿A qué clan sirve el socialismo contemporáneo de hecho y no de palabra? Respondemos de una vez y sin rodeos: el socialismo no es la expresión de los intereses de la clase obrera, sino de la llamada raznochintsy, o intelectualidad desclasada. El partido socialdemócrata, dijo Novomirski, estaba infestado de ladrones políticos... nuevos explotadores, nuevos engañadores del pueblo. La larga revolución social resultaría ser una farsa, advirtió, si no lograba aniquilar, junto con el Estado y la propiedad privada, a un tercer enemigo de la libertad humana: “Ese nuevo enemigo jurado nuestro es el monopolio del conocimiento; su portador es la intelectualidad”. Aunque Novomirski creía que se necesitaba una "minoría consciente" de "pioneros" con visión de futuro para impulsar a las masas trabajadoras a la acción, advirtió a los trabajadores que no buscaran a extraños para salvarlos. Los hombres desinteresados simplemente no existían: “ni en las nubes oscuras del cielo vacío, ni en los lujosos palacios de los zares, ni en las cámaras de los ricos, ni en ningún parlamento. Las opiniones de Machajski influyeron en otro grupo ultrarradical nacido de la revolución de 1905, los Eseritas-Maximalistas. De hecho, el principal animador del majaevismo junto al propio Machajski, un hombre que apenas reconoció la existencia de su maestro, fue un maximalista llamado Yevgeni Yustinovich Lozinski. En su libro más importante, ¿Qué es, después de todo, la intelectualidad?, Lozinski parafraseó la idea central de la filosofía de Machajski: “Socializar los medios de producción libera a la intelectualidad de su subyugación por el estado capitalista, pero no libera al trabajo; lleva al reforzamiento de la esclavitud de clase, al fortalecimiento de la servidumbre obrera”.
Se encontraron ecos similares de los escritos de Machajski en numerosos panfletos y artículos de anarquistas, maximalistas y otros sectarios de extrema izquierda. Pero con las severas represiones de Stolypin en los años posteriores a la revolución de 1905, estos ecos se desvanecieron rápidamente y los hombres que los produjeron desaparecieron en prisión o en el exilio. El propio Machajski, que había regresado a Rusia en 1905, se vio obligado a huir nuevamente dos años después. El radicalismo ruso, en su punto más bajo durante la década siguiente, revivió rápidamente con el estallido de la revolución de febrero. Aunque ni la Conspiración de los Trabajadores ni ninguna otra organización de Makhayevtsy reaparecieron en 1917, el espíritu del majaevismo era muy evidente dentro del movimiento obrero. Como en 1905, la influencia de Machajski fue particularmente fuerte entre los anarquistas y maximalistas. En septiembre de 1917, por ejemplo, en frases que evocaban a Bakunin y Machajski, un obrero anarquista exhortó a los delegados en una conferencia de comités de fábrica de Petrogrado a lanzar una huelga general inmediata. No había “leyes de la historia” que detuvieran al pueblo, declaró, ni etapas revolucionarias predeterminadas, como sostenían los socialdemócratas. Los discípulos de Marx, tanto mencheviques como bolcheviques, estaban engañando a la clase trabajadora con "promesas del reino de Dios en la tierra dentro de cientos de años". No había razón para esperar, lloró. Los trabajadores deben actuar directamente, no después de más siglos de doloroso desarrollo histórico, ¡sino ahora mismo! ¡Salve el levantamiento de los esclavos y la igualdad de ingresos! En una reunión del comité de fábrica al mes siguiente, otro orador anarquista se opuso a la Asamblea Constituyente que se avecinaba con el argumento de que seguramente sería monopolizada por "capitalistas e intelectuales". “Los intelectuales”, advirtió, “en ningún caso pueden representar los intereses de los trabajadores. Ellos saben cómo torcernos alrededor de sus dedos, y nos traicionarán. Los trabajadores, tronó, solo pueden triunfar a través del "combate directo" con sus opresores. Cuando Machajski regresó a Rusia en 1917, no hizo ningún esfuerzo por canalizar estos sentimientos en un movimiento coherente. Su apogeo había pasado con la revolución de 1905, y ahora estaba prematuramente viejo y cansado. Después de la revolución de octubre, obtuvo un trabajo no político con el gobierno soviético, sirviendo como editor técnico de Narodnoye khozyaistvo (más tarde Sotsialisticheskoye khozyaistvo), el órgano del Consejo Económico Supremo. Sin embargo, siguió siendo muy crítico con el marxismo y sus seguidores. En el verano de 1918, publicó un único número de una revista llamada Rabochaya revolyutsiya, en el que censuraba a los bolcheviques por no haber ordenado la expropiación total de la burguesía ni haber mejorado la situación económica de la clase obrera. Después de la revolución de febrero, escribió Machajski, los trabajadores habían recibido un aumento de salarios y una jornada de ocho horas, pero después de octubre, su nivel material se había elevado "¡ni un ápice!". La insurrección bolchevique, continuó, no era más que “una contrarrevolución de los intelectuales”. El poder político había sido tomado por los discípulos de Marx, “la pequeña burguesía y la intelectualidad... los poseedores del conocimiento necesario para la organización y administración de toda la vida del país”. Y los marxistas, de acuerdo con el evangelio religioso de la determinación económica de su profeta, habían optado por preservar el orden burgués, obligándose sólo a “preparar” a los trabajadores manuales para su futuro paraíso. Machajski instó a la clase obrera a presionar al gobierno soviético, a expropiar las fábricas, igualar los ingresos y las oportunidades educativas, y dar trabajo a los desempleados. Sin embargo, tan insatisfecho como estaba con el nuevo régimen, Machajski lo aceptó a regañadientes, al menos por el momento. Cualquier intento de derrocar al gobierno, dijo, sólo beneficiaría a los blancos, que eran un mal peor que los bolcheviques. Machajski permaneció en su puesto editorial hasta su muerte de un infarto en febrero de 1926, a la edad de sesenta años." |
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